Hace dos años que me diagnosticaron celiaquía y no he echado demasiadas cosas de menos en este tiempo: un donut de vez en cuando, una cervecita en el bar, una tostada de pan de pueblo auténtico,... nada imprescindible realmente. Me he acostumbrado bastante bien a mirar mientras los demás comen sin sentirme desgraciada, ni enfadada, a saber que en la mayoría de eventos sociales me limitaré a tomar un vino acompañado con suerte de una tapita de jamón, una gambita y un filetito a la plancha con verduritas al vapor, a reducir casi a cero y voluntariamente mis salidas a "tomar algo" por no tener que contarle mi vida al camarero, a contestar con un diplomático "mejor que no" cada vez que me dicen "bueno, por un día que te tomes algo no pasa nada, ¿no?". Francamente, hasta yo me sorprendo de lo bien que lo llevo, seguramente porque aún recuerdo lo mal que lo pasé hasta ese momento.
Aún así, hace unos días tomé conciencia de que hay cosas que nunca serán lo mismo y sí que me dan un poco de "nostalgia": se acabó descubrir comidas por el mundo en tascas de mala muerte, puestos de mercado o bares de barrio. De todos mis viajes guardo siempre recuerdos de "cuando comí....". Se acabó esa alegre espontaneidad que tanto me gustaba.
Pero bueno, voy a renunciar a ciertos momentos aventureros, no a probar la comida, claro.
Tras pensar todo esto, hace unos días, me estuve acordando de esas veces memorables comiendo algo típico, y me acordé de uno de esos platos que me encantaban en Inglaterra: la samosa. Y es que quizás la comida más típica del Reino Unido es la comida india.... divina.
La samosa es como una empanadilla en forma de triángulo rellena de un guiso de patata y guisantes bastante especiado. Es un aperitivo muy común y se sirve en cualquier restaurante o take away indio, cada cual con su toque propio. En los sitios más internacionales se suelen hacer con pasta filo, pero en su versión más original es una masa casera (ambas versiones se doblan de manera distinta aunque siempre en forma de triangulo). El tiempo que estuve en Manchester viví en el barrio del Rusholme, junto a la "Curry mile", una calle repleta de restaurantes de comida india, desde "take away" a restaurantes de mantel de tela, camareros de traje y una presentación de lo más fina; esta receta me recuerda mucho a aquel tiempo y su olor a curry.
El reto de la semana en mi cocina-laboratorio fue encontrar el sabor más parecido y autentico de las viciantes samosas que comí por allí.
El guiso ha sido sencillo, aunque cada familia o restaurante tiene su receta. La masa ha sido un poco más complicado pero también me ha hecho sentirme más satisfecha al conseguirla. La mayor dificultad era encontrar una masa que no se hinchara, que no fuera de pan, fácil de amasar y flexible, elástica y resistente al frito para que quedara con la consistencia adecuada ¡Lo conseguí! Tras siete combinaciones de masas, entre ellas encontré una óptima y otras dos que no recuerdan a las samosas, pero que son ideales para otras dos recetas.